domingo, 13 de febrero de 2011

Una monja y un cura con hábitos asesinos. (sobre Dios, tierras y la Parapolítica)

El padre Oscar tampoco encuentra inconveniente en ayudar a que buenos y generosos hombres sean dirigentes del Estado. Comparte con Luis Pérez que estimular el voto con plata o presionar a los electores no va contra la ley de Dios, ni contra la ley terrenal, ni contra la moral.


Hace unos días leí la noticia de que una monja había sido condenada a cuarenta años de prisión, por estar involucrada en el asesinato de Yolanda Izquierdo, una líder campesina de las secas sabanas de Córdova, en norte de Colombia. Me resultó inevitable recordar el artículo publicado por la Revista Semana que relata la historia de un cura, jefe de una banda, de actuar cruel, que tenía el alias Pum Pum, y había sido detenido por ordenar varios crímenes y por haber orquestado muchas tropelías más.

Su nombre: Oscar Albeiro Henao. Párroco del Barrio el Limonar de la Ciudad de Medellín. Un hombre que antes de ser conocido por los delitos, había logrado tanta popularidad por su capacidad para sanar moribundos y hacer caminar inválidos, que a sus misas, siempre masivas, concurrían fieles de todo Medellín y de lejanas regiones de Colombia. Era, pues, un hombre al borde de la santidad.

Pero como, ya dijimos, lo capturaron. Eso sucedió en la Iglesia de San José, su parroquia. Los agentes de CTI ejecutaron una orden de la Fiscalía. Èl, la verdad no se lo esperaba, durante años se había hablado de esa posibilidad y a estas alturas estaba convencido de su inmunidad. Con poderes divinos y humanos este cura había logrado ahuyentar la justicia, pero en esta ocasión no le fueron suficientes ni los poderes del cielo, ni los poderes de los políticos que lo protegían.

En varias ocasiones sectores de la comunidad lo habían acusado de ser impío y criminal. Pero se frustraban al ver que los obispos creían en su santidad, que otros feligreses lo defendían de manera beligerante, y que, además, había conquistado parlamentarios y candidatos a la Alcaldía que lo defendían en compensación por sus exitosas prédicas proselitistas.

La monja de la que hemos hablado se llama Sor Teresa, hermana media de los difuntos hermanos Castaño, los paramilitares más famosos de Colombia. Sor Teresa se fugó cuando sintió que los fiscales seguían sus pasos. Ella había colaborado activamente en lo que consideraba la buena causa de sus hermanos: eliminar lo que oliera, se viera, se pareciera a subversión. Y el hecho de que esa campaña fuese a sangre y fuego no le afectaba su conciencia. Quizá por eso, y por su nexo de sangre, pensó que las tierras eran su legítima herencia, a pesar de que sus hermanos se la habían entregado a estos campesinos tratando de compensar los inmensos daños que en esas mismas tierras ellos habían cometido. No se sabe con exactitud, porque son materias divinas, cuantos pecados expiaron los hermanos Castaño con esas donaciones. Lo único que se sabe es que fue poca cosa para el tamaño de su crueldad. Al deseo de la monja se oponía Yolanda Izquierdo, aguerrida campesina, que organizó a su gente para defender ese pedazo de tierra. La monja decidió resolver el conflicto con la acción criminal.

En la actualidad el padre Oscar es obeso y quizá esa condición resalta su pequeña estatura. No debe medir más de 1.60. Su cara abotagada y a medio afeitar lo hacen parecer mas a un tendero. Imagino que de joven era chaparro y flaco. En todo caso su figura no influyó en su capacidades. Se destacó desde joven por su capacidad de organizar comunidades y tener a Dios presente en todas sus actuaciones. En sus andares por los pueblos del suroeste de Antioquia, como cura principiante, conoció paracos por montones. Por allí abundaban con tolerancia oficial. Y el método paraco le gustó, eso de eliminar subversivos, drogadictos y delincuentes, sin tener que esperar la aletargada justicia, le pareció buen remedio. Le gustó tanto que cuando lo trasladaron a la ciudad de Medellín, exactamente a San Antonio de Prado, creó su propia autodefensa. 

Pacificó al barrio El limonar, que se encontraba sometido por las bandas de jóvenes. Sin quitarse la sotana buscó a Don Berna, ya para entonces el paramilitar más conocido de la ciudad. Y recibió hombres y armas con las que sometió, no sin tener que matar a algunos, a los delincuentes de la zona. A él, al padre Oscar, no le parecía que sus acciones contrariaran la ley divina. Aunque se conocieron denuncias en su contra no detuvo sus acciones. Él no disolvió las bandas sino que las sometió a un solo mando, el suyo.

Lo que se denunciaba del padre Oscar da espanto: al mismo tiempo que alababa al Señor, curaba enfermos y restauraba espíritus, ordenaba a sus muchachos dar "pelas" -muy severos castigos- a los que consideraba desadaptados. Las pelas se aplicaban con tanta contundencia que algunas víctimas quedaron con discapacidades permanentes. Pero también ordenó, como un buen cruzado, perseguir a personas de otros credos; y lo que nadie creía: ordenó asesinar al menos una docena de personas y participó en el asesinato directo de otras. Por lo menos es lo que dice la Fiscalía.

Tantas cosas se decían del cura, pero las pruebas frágiles y el apoyo de los políticos y la indiferencia de los jerarcas de la iglesia, lo apuntalaban en el trono de su parroquia. Se necesitó que alguien de su organización, una socia, fatigada de las andanzas del cura y, seguramente, de la forma como repartía botines de asalto, decidiera contarle a las autoridades lo que sabía. Y sabía mucho, todo, o casi todo. El asesinato de otros testigos obligo a la Fiscalía llevarla a incluirla en un programa de protección especial. Lo que ella narró sirvió de base probatoria para que, por fin, se ordenara la captura del sacerdote y de algunos miembros de su banda criminal llamada Las Bifas. Hubo celebración en el barrio, pero aún así, los que lo consideran Santo protestaron. Pero ya ni la arquidiócesis los respaldó, les pidió que se silenciaran y han dejado que el tema pase sin trascendencia.

De las cosas que deberá evaluar el juez es cierto el relato de la testigo según el cual describe la relación del cura y los políticos. Una relación de conveniencias: ellos le daban dinero para que terminara de construir la Iglesia, y el predicaba a favor de ellos en las misas. Y de ñapa instruía a sus paraquitos para que impidieran el trabajo de otras campañas. Los más beneficiados de esas bendiciones han sido el representante Jorge morales, el senador Luis Fernando Duque y el candidato a la Alcaldía Luis Pérez.

La Iglesia del Limonar, a pesar de que han pasado muchas campañas y del aporte piadoso de los políticos, nunca se ha terminado. Bueno, las obras de Dios son lentas. Pero el cura ha cumplido fielmente sus compromisos. Forra la Iglesia y su vehículo con la publicidad del político de turno, predica a favor de ellos en el púlpito, y o también anima reuniones clandestinas en fincas de San Antonio de Prado y Heliconia. Reuniones donde se ha deshecho en alabanzas y le ha pedido favores a Luis Pérez de compensarlo, si Dios lo llevaba a la Alcaldía de nuevo, con bajarle la presión a sus muchachos que se declaraban cansados de la persecución de las autoridades.

La testigo también dijo a los investigadores que el padre y dos de sus muchachos se reunieron, en el exclusivo Country Club, con Luis Pérez y los dos congresistas ya citados. Que vio como Luis Pérez entregaba dos cheques. Uno para el cura y las bandas de El Limonar y otro para la banda de los Triana que actúa en la zona nororiental, que también les ayudaría en la tarea proselitista

El padre Oscar tampoco encuentra inconveniente en ayudar a que buenos y generosos hombres sean dirigentes del Estado. Comparte con Luis Pérez que estimular el voto con plata o presionar a los electores no va contra la ley de Dios, ni contra la ley terrenal, ni contra la moral.
Dios los hace y ellos se encuentran








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